la recreación acompañó a la vida de oración y penitencia de quienes se retiraban al desierto para hallar al Señor.

LA RECREACIÓN

LA RECREACIÓN

La vida puramente eremítica no está libre de algunos riesgos, por lo cual muchos maestros de la vida espiritual, aun reconociéndola como excelente, la desaconsejaban en la práctica, o exigían haber pasado largos años en un monasterio de vida común antes de abrazarla.

Desde los comienzos del monacato, la recreación acompañó a la vida de oración y penitencia de quienes se retiraban al desierto para hallar al Señor. San Antonio enseñaba: “si nosotros sujetamos a los hermanos más allá de la medida, ellos serán destruidos rápidamente. Es necesario condescender de tiempo en tiempo con sus necesidades”.

Al unir San Bruno la vida cenobítica o de comunidad con la eremítica, liberó al ermitaño de los problemas de una soledad intensa, sin perjudicar, no obstante, a esta misma soledad.

Esta necesidad de refección espiritual nace de la virtud finita del alma que al obrar y al elevarse por encima de las cosas sensibles, le sobreviene una cierta fatiga. De modo que así como la fatiga del cuerpo se atempera con el descanso orgánico, la fatiga del alma se atempera por el reposo espiritual. Y así como el descanso del cuerpo consiste en la cesación del trabajo corporal, así el descanso del alma no es sino la cesación de la tensión del alma con la que el hombre encara las cosas serias, lo que se hace por el juego y la delectación.

La vida de comunidad, por tanto, permite cultivar con detalles el espíritu de familia, estrecha los lazos que unen a todos los monjes con Dios, proporciona los frutos del amor fraterno así como los de la corrección fraterna, y sirve de estímulo, de apoyo y de ayuda mutua en la realización de la misma vocación.

CARACTERÍSTICAS

Cada orden fija los días de recreo comunitario, la duración y el momento.

Además de estos momentos dedicados a la recreación, en cada monasterio se pueden determinar otros, según se vea necesario para el mayor bien y crecimiento espiritual de los monjes recordando aquello de que “quien no practique la virtud de la eutrapelia con agrado difícilmente perseverará”.

En los momentos fijados para la recreación deberá brillar la virtud de la eutrapelia; pues según Santo Tomás los descansos, las diversiones, el juego “han de estar ponderadas por la razón. Y como todo hábito que obra en conformidad con la razón es virtud, síguese que acerca del juego puede darse también virtud que Aristóteles llama eutrapelia. Y al hombre que tiene la gracia de convertir en motivo de solaz las palabras y obras, le llaman eutrapélico, palabra que viene de buen giro”. Porque así como el cuerpo se mueve hacia acá o hacia allá, según las necesidades, también el alma se orienta en una u otra dirección.

Las recreaciones serán, pues, descanso para el alma a la vez que una ocasión de practicar virtudes, ganar méritos y fomentar la vida comunitaria.

Cabe, incluso, que de acuerdo a las circunstancias de cada monasterio se pueda de practicar periódicamente algún deporte. El tipo y la frecuencia quedará sujeto a las normas del Reglamento local.

DOMINGOS Y FIESTAS

La recreación es una fiesta en pequeño y como toda “auténtica” fiesta debe nacer del culto, los principales días de recreación serán los domingos, solemnidades y las fiestas del calendario del monasterio.

EJEMPLOS DE REUNIONES COMUNITARIAS

Recreación en común al aire libre o dentro de la clausura. Es tiempo de disfrutar de una animada charla familiar sobre temas religiosos y otros aptos para la expansión del ánimo, que es el fin pretendido.

Además de esa recreación, en algunos conventos se contempla el paseo —semanal para los monjes del claustro y mensual para los hermanos— por los montes de los alrededores, de varias horas de duración; este paseo completa el aspecto de convivencia fraterna en que se conversa, se conocen más profundamente y se animan mutuamente a cumplir el ideal.

Las reuniones comunitarias permiten expresar el afecto hacia sus hermanos y manifiestan la comunión fraterna que une a todos los discípulos de Cristo. Como escribe San Basilio, patriarca del monacato oriental: “En la vida comunitaria, la energía del Espíritu Santo que hay en uno pasa contemporáneamente a todos. Aquí no solamente se disfruta del propio don, sino que se multiplica al hacer a los otros partícipes de él, y se goza del fruto de los dones del otro como si fuera del propio”.